
Alfonso Arribas
Pues qué emocionante ha sido ver a Nao d’amores regalando un montaje espléndido a esta edición de Titirimundi vapuleada por la mediocridad de algunos que para nuestra desgracia tienen firma en esto del reparto de fondos para crear y exhibir cultura.
Y qué homenaje más redondo, disfrutable y sentido de Ana Zamora y toda la compañía a Julio Michel, reconocido ascendente teatral de la directora y creador de este festival que sigue tejiendo magia con los hilos disponibles, a veces seda y otras cáñamo.
Este Retablillo de Don Cristóbal es producto de la investigación, del conocimiento y de la reflexión sobre la tradición titiritera española y europea, de esa raíz a la que Michel siempre dirigía los focos porque sigue siendo un patrimonio en peligro de desprecio o, lo que es peor, de olvido.
Lorca depositó su mirada en lo popular despojado de adornos, en el teatro salido de la calle y devuelto a ella tratado y reconocible, salvaje, libre. Y ese carácter es el que sigue siendo tan interesante fuera de su tiempo habitual, el que aporta frescura e inmediatez en un mundo en ocasiones tan frío, tan políticamente correcto, con la piel tan fina como el de ahora.
Este regalo de Nao d’amores, que lo es porque nunca la cachiporra sonó tan melódica, empapa a nuestro teatro de marionetas con toda esa sabiduría teatral que ha acumulado la compañía a lo largo de los años y de montajes valientes.
Existe un trabajazo actoral y de manipulación, la música es deliciosa, la puesta en escena ágil y creativa. Y desde la butaca, uno entiende la concepción de la obra, y desde esa conexión se disfrutan las peripecias de Don Cristóbal, las tribulaciones de Rosita, los casamientos bien pagados, los romances del barbero y los predicamentos del clérigo.
“No somos, ni pretendemos ser, una compañía de títeres” dice Ana Zamora en la presentación del montaje. Pero lo cierto es que su propuesta es ya uno de los estandartes que adornan los mástiles más altos del festival de títeres con más corazón del mundo.