Por Alfonso Arribas
¿Qué tienen los títeres? ¿Qué tiene Titirimundi? Es sencillo: tienen Poli dégaine de La Pendue. Ese juego inteligente entre marionetas y manipuladores, que en ocasiones se salen del espectáculo para hacer acotaciones frente al público, como si un electricista cambiara la bombilla en escena parando la obra un instante. Ese ritmo frenético que acompaña la personalidad arrolladora de Polichinelle, el primer hiperactivo de la historia. Ese desparpajo, sin asomo de mala conciencia, para no dejar títere con cabeza ni gallina con plumas. Esa inmediata y perecedera conexión con el público, basada en la ausencia de pretensiones, en la sencillez argumental, en la simpatía que empapa.
Es un montaje divertido entroncado con un cierto sentido del humor que compartimos niños y adultos, europeos y asiáticos. Es quizá el secreto, junto a la entrega de los integrantes de La Pendue, enormes dentro y fuera de escena, voluntariosos, cercanos, vocacionales.
Por eso nos gustan los títeres. Porque este personaje y esta forma de representar, desde lo clásico con una pátina contemporánea, tocan la esencia. No hay tecnología, ni falta que hace; nada de artificios, ni bromas fáciles. El golpe que suena a hueco en la cabecita de cartón o madera. Las persecuciones en un metro cuadrado. El descaro de unos personajes que se saben de esa condición y la aprovechan para huir de lo correcto sin temor a juicios (al menos hasta ahora).
Es tal su poder, que hasta logra vencer a la muerte aunque se acompañe de desesperación y enfermedad. Solo hay que distraerla, tomar su guadaña y dejar que la vida haga el resto.