Por Alexis Fernández
De la lluvia a la casi insolación… Ahora me voy a desmayar un poco, como la abuelita de Caperucita… Qué ojos tan grandes tienes… Para ver mejor por la noche… Qué nariz tan grande, qué dices, para respirar mejor e ir por delante -con un par de narices, claro-, qué orejas, para escucharlo todo y no perderme nada, y sobre todo para detener el viento… Vaya, todo es grande… Todo depende de cómo se mire… Voy a ver al Teatro Koňmo con hambre. Grande. Pero con hambre de vivir. Y mucho sol. Y entre perros y bebés que forman parte del público anómalo, me doy cuenta de que necesito los cuentos para que el deseo viva dentro, sin hacer daño, como una pequeña mariposa que revoloteara suavemente en el mundo de la libertad y la intuición. Lo mío también son los caminos largos, como los de Caperucita, y al igual que todas las niñas quieren tener una capita roja, yo he conseguido la mía. Así que hoy me la pongo. O tal vez siempre está ahí…

Teatro Konmo en El cuento del viejo lobo
El cuento de Caperucita Roja, esa niña que una vez que se la conocía se la amaba, ha sido narrado muchas veces y de muchas formas. No en vano es uno de los más populares y preferidos de niños y niñas. En las primeras versiones, el lobo, se come a la abuela y a Caperucita, y el cuento se acaba en este punto. Los hermanos Grimm añadieron la figura del guardaboques, quien aporta al sanguinario cuento un buen final: se destripa al lobo y así se salvan la abuela y Caperucita. Sin embargo, ¿le ha preguntado alguien al lobo qué ocurrió en realidad? En El cuento del viejo lobo, la perspectiva es diferente. Porque ¿cómo sería nuestro día a día viviendo con la marca de un animal considerado siempre el malo del cuento? Empaticemos… El lobo ya está harto de esas habladurías y falsos rumores, así que decide contarnos qué ocurrió en realidad y apuntar directamente al mentiroso del cuento: el guardabosques.
Teatro Koňmo –en checo, “a caballo”-, una compañía que trabaja en la escena checa alternativa desde 1994 y que mezcla la interpretación textual y gestual con instrumentos musicales, pantomima y marionetas, ha creado una audaz y divertida propuesta a la que, sin embargo, le sobran al menos quince minutos para recuperar la fluidez del ritmo dramático y no perderse en menudencias que se van de lo importante. Le dan una vuelta interesante al cuento de Caperucita con hallazgos hilarantes e inteligentes, como narrar el comienzo de la fábula desde el personaje del guardabosques metido en una televisión mientras el lobo, con sus zapatillas peludas de lobo –ya quisiera yo unas iguales- se sienta tranquilamente en el sillón de su casa checa a leer el periódico. Por supuesto, checo.
Ese lugar en el que refugiarnos
Caperucita es una muñequita preciosa tallada por Jan Růžička, y con voz del norte. “Se llamaba así por la capita y no la capita por la muchachita”, aclaran, y su madre es un cuadro colgado en la pared de la casa, donde todo tiene lugar, y cuyos labios hablan. Después incluso se convierte en un prado donde crecen flores, mientras el guardabosques y el lobo van alternando su aparición entre la personificación en el títere o en el personaje encarnado por el actor, en un juego metateatral constante. En estos aspectos radica su originalidad y valor, y en una alternancia con la música estupenda -permanece durante una hora en la mente a causa de técnicos de luces como Marta: chap chap chapititá, chap chap chapititá (bis)- que dinamiza esa acción que no acaba de enfocarse.

El guardabosques leyendo Caperucita… Su versión, claro…
Caperucita en el cuento simboliza el candor y el lobo la perversidad. Pero Koňmo les ha dado a ambos la misma proporción, como si nos quisiera decir que a todos nos pertenecen ambos sentimientos y que, a pesar de todo, estamos a salvo. Excepto de la mentira y de la indiferencia. “A quién le interesa la verdad hoy en día. Mejor ir a escribir el rumor de la noticia…”
Los cuentos revelan ese lugar en el que podemos refugiarnos para poder vivir en el mundo de fuera y con esa capita roja que nos ponemos transformar un bosque inaccesible en un jardín delicado, “un mal final en el principio de otra cosa”, un corazón herido en una estrella. Koňmo le proporciona al lobo la capacidad de la inocencia en manos de una Caperucita listilla que gusta al público y sobre todo, divierte. Y al final, a pesar de varios intentos y amenazas, nadie se come a nadie.