
Por Alexis Fernández
Mi amor y mi conejito, de la compañía francesa Aïeaïeaïe, es una obra audaz de 30 minutos sobre una mesa, donde una pareja mixta juega. Juega al amor, al amor bucólico, al amor erótico, al amor trágico e intransigente, y lo va urdiendo, tricotando a cuatro manos, colocando sobre el tablero lo que cada uno es. Pequeñas formas y grandes momentos en una pieza deliciosa, cautivadora, intrigante y llena de humor y creatividad, donde esa aventura a pequeña escala con brillantes “héroes cotidianos” evocan las aventuras de nuestras propias vidas.

Llegando a un acuerdo… Escena final de Ma biche et mon lapin, de Aïeaïeaïe. Fotografía de Aina Zoilo
Y es que el amor… Oh, l’amour… A través de una inteligente manipulación y un juego con objetos caseros (soperas con altavoces, tapetes de ganchillo, pequeños mantelitos, maquetas de casas, etc.), Julien Mellano (director y actor que crea espectáculos mezclando géneros, jugando con las palabras, experimentando con sonidos y con los roles de los personajes, en un trabajo meticuloso, divertido, con un gusto particular por lo monstruoso, la metamorfosis y lo absurdo) y Charlotte Blin (escritora, directora y actriz que busca la palabra poética para instalarla en la escena y en la danza. Sus cuentos preferidos se relacionan con lo burlesco del drama del ser humano, preso del inconsolable heroísmo de su imaginación) cuentan, gracias a un ciervo y un conejo, lo que significa vivir en pareja, esa pareja que se forma y se deforma con el amor que nos “amplifica” el corazón o los pequeños ataúdes que nosotros mismos nos creamos, con la navaja (ego) siempre atenta para cortar, anular, condicionar, o imponer y pasar por encima. O el amor erótico (hilarante lo que se puede hacer con una servilleta y un servilletero), hilvanado en todo un haz de brillante teatro gestual de dos actores que no desestiman untar paté salido de las entrañas de las propias figuras en una rebanada de pan y comérselo, en un juego cómplice y divertido con el público que va in crescendo y que nos conduce a las diferentes etapas o momentos de la convivencia amorosa. O de la convivencia artística y de toda nuestra relación con el otro.
Jugando con la palabra “hotel” son capaces de crear breves escenas llenas de audacia, mientras el resto se va revelando a través de una cadena de momentos construidos gracias a un imaginativo teatro de objetos, cada uno más interesante. Al final, en este chirriante vodevil, suerte de ballet de objetos manipulados y manipulables, sólo queda la esperanza, el deseo de compartir, el respeto, la ternura, y ser uno con dos mitades bien distintas, como un minotauro, pero en ciervo y conejo, mirando a la luna (el foco) y aderezando el instante con un ramo de… Apio… Y sonriendo, sonriendo mucho.