Por Alexis Fernández
Más allá del horizonte, hay mares y hay amores, y hay relatos teatrales y obras encantadoras. Como esta Sirenita de Andersen (incluida en la tercera entrega de Cuentos de hadas y Cuentos para niños, de 1837), a la que Pablo Vergne le ha dado una vuelta con un final feliz que alegra no sólo a los niños, sino también a los adultos, meciéndonos en un abrazo lleno de ternura.
Martina es una sirena con la voz más bella -todos tenemos un don y La Canica quiere recordárnoslo- que canta “Bésame mucho”, pero no quiere enamorarse: su sueño es salir a la superficie para ver de verdad las estrellas en el cielo, y no sólo su reflejo. Y Martín, capaz de distinguir los sonidos con los ojos cerrados, un vaquero de Lugo al que no le gusta el olor a pescado -Mecachis en la mar…- y cuyo deseo es conocer el océano, y tocar, si se pudiera, los sonidos, los sonidos de las olas y de los barcos.
Una entrena en el mar, y otro trabaja en la tierra, porque para conseguir alcanzar nuestros sueños es preciso proponérselo y no sucumbir. Y no parar, o hacerlo sólo un poquito para descansar, y seguir, hasta lograrlo, aunque sea imposible. Y qué si es imposible. La sirenita, a través de la pérdida de su voz, abandona todo cuanto es, su identidad, su forma de vida y su territorio para ir en busca de su sueño, haciendo de la apertura hacia el otro, la mayor aventura. Arriesgarse más allá de lo que conoce o de lo que cree ser, construirse continuamente. Qué es sino la verdadera vida… “Pues nada, pues nado”… “Lo maravilloso hace del mundo una casa encantada, no nos aparta del mundo, tiene que ver con el anhelo de felicidad, y hace de ese mundo el reino de la posibilidad”, así lo escribe mi admirado Gustavo Martín Garzo. Los personajes de los cuentos nos conmueven y nos obligan a estar pendientes de sus acciones y palabras porque es como si llevaran en sus manos una pequeña lámpara. “Su luz es tan delicada e íntima que se opone al deslumbramiento de tantas supuestas verdades. No es una luz que se asocie al poder, sino a la debilidad. Por eso los cuentos están llenos de personajes que hoy llamaríamos discapacitados”, y quién si no está capacitado y completo en este mundo…

Martina en su mundo marítimo rodeada de medusas. La Canica. Imagen de archivo
Mediante palanganas, esponjas, latas, regaderas, botellitas de agua, cepillos, coladores de té, retazos de tela para construir los animales de la tierra, cajas de madera, bolsas de agua caliente, botas, y otros objetos reciclados con gran imaginación, además de una delicadeza sublime, las dos actrices, que se mueven como pez en el agua, escenifican esta versión donde la sirenita vencerá sus obstáculos y sin quererlo, conocerá a Martín, dejándose llevar por la marea del amor, fluyendo con ella. Mientras, el público asiste a todo un acto de enamoramiento entre juegos de palabras, criaturas marinas, agua, estrella, bella, canción, corazón, luna, aceituna, brisa, sonrisa, flor, amor, en un haz de dulzura donde, como la vida cuando nos sorprende, todo es mejor de lo que imaginamos.
Y así, embelesados en este juego de amor, cuando se avecina una tormenta (muy apropiado para estos días de Titirimundi de nubarrones y lluvia) ya no somos capaces de escuchar otra cosa: ¿Que qué? “¿Qué el mar sabe a pimienta?” Pues nada, pues nado… “Como dijo el mejillón al berberecho: Eso está hecho”. Gracias a las brujas del mar y de la tierra, la sirenita pierde su cola de sirena y tiene piernas, y el pescador prescinde de sus piernas para tener cola de sirena. Y ahora qué. Una nueva vuelta de tuerca de La Canica, con escorpión incluido, nos hace encontrarnos con un final feliz. Y nuevamente así, con burbujas a modo de confeti en una fiesta, la sirenita y su pescador vivirán en el mar, nadando con sus colas de sirena.
Hay mares y hay amores, quizá más allá del horizonte… O tal vez a este lado. Y si no, pues nada, pues nado, pero bebiendo un vaso de agua y escuchando a Gino Paoli… Sapore di mare, sapore di sale, che hai sulla pelle, che hai sulle labbra, quando esci dall’acqua e ti vieni a sdraiare vicino a me, vicino a me…