Por Alexis Fernández
Escribía Paul Valéry que la ternura es “la memoria de haber sido tratado con atenciones extraordinarias a causa de nuestra debilidad”. Acaso de esta fragilidad que somos, no más que polvo, corazones frágiles que, en su anhelo de felicidad, laten al ritmo del viento, queriendo deslizarse entre las nubes para llegar más allá del cielo.
En la gran tradición de los artistas y poetas de este mundo encantado, Laurent Cabrol -de la escuela de Annie Fratellini y Cirque Romanès- y Elsa de Witte -Babylone, les Alama’s Givrés, creadora de títeres con materiales de reciclaje-, que se conocieron trabajando en el Théâtre du Rugissant, vuelven a recrear con su compañía, Bêtes de foire, el espíritu romántico y soñador de la vieja caravana a través de este Pequeño teatro de gestos: un espectáculo que combina circo, teatro de objetos, juguetes mecánicos, títeres, dentro de un universo barroco lleno de fantasía y sabor antiguo, teñido de humor y con un alto contenido de sensibilidad y delicadeza.

Laurent Cabrol y Elsa de Witte entre sus rostros…
Bajo una cúpula de 11 metros de diámetro instalada en la Plaza de toros de San Lorenzo, nos encontramos en la intimidad de un artesanal circo barroco y decadente donde la magia aparece a cada instante. En esa pista de estrellas, una pareja misteriosa pone en funcionamiento toda una maquinaria lírica. Un payaso de ojos cansados, para el que no pasa el tiempo, que, en su torpeza, manipula objetos banales de cualidades insospechadas, y una remendadora de esos títeres y autómatas que habitan con ellos en este espacio circular de estética llena de encanto que recuerda al mundo fantástico de los Hermanos Oligor o al Circo Calder, salpicado de una pizca del Teatro Cero de Kantor.
En este desván demodé de los sueños y de atracción por los objetos y mecanismos, de viejos artilugios y memoria intacta, las palancas se mueven en busca del equilibrio, la bicicleta, en la cuerda floja, intenta pasar al otro lado, la vida del hierro forjado chirría, y una pareja baila como antiguamente, abrazados. Mientras, ella cose. Cose con su vieja máquina que marca el ritmo de la función, cose mientras él, malabarista de números imposibles y gestos infinitos -ese clown Augusto que incluso puede parecerse a Míster Bean o deslizarse en la ropa de Buster Keaton- tensa el hilo de la vida, retándola en su complejidad. Nunca he visto a nadie capaz de meterse en la boca cinco bolas del tamaño de las pelotas de golf y hacer proezas de tal estilo, aparte de tener –eso seguro- una articulación temporomandibular de lo más entrenada y estable…
Y ella cose

Un fragmento de la escenografía de Petit théâtre de gestes, de Bêtes de foire
Hay momentos en este maravilloso teatro de gestos recién salidos de una película de cine mudo, envueltos en una pátina sepia, llena de polvo y de lupas enormes que nos acercan al otro. Otras veces parecen conducirnos a ese universo caricaturesco de Jean-Pierre Jeunet y Marc Caro en Delicatessen. Entrañables personajes de feria –auténticas bestias del teatro en el escenario- movidos por gestos, una ternura digna del silencio y una elegancia sublime. Hasta el perro que salta por el aro nos hace caer en lo más amable y puro.
Y ella cose. Cose con el sabor de las pequeñas cosas, seria como el arquetipo de clown blanco frente a su compañero. No lleva purpurina en su traje, la lleva en su manera de conducirse por la escena, diestra, alerta y fuerte frente al fracaso, en ese taller de confección de sueños y memoria, colección de objetos de antaño capaces de ser movidos y de cobrar vida al instante mientras la música, cuidada y rigurosamente encadenada, suena como si fuera la melodía de un recuerdo. Historias tejidas con el hilo de la ilusión y del equilibrio… Y un hombre-orquesta autómata que pudiera caer en nuestro regazo con solemne amor.
Alguien dijo que “vivir es sentir el peso trágico de las carencias”. Y continuar. Somos seres incompletos, siempre en la cuerda floja, haciendo mil proezas para mantener el equilibrio, conteniendo la respiración antes de pasar por el aro gigante que es la vida diaria.