
Por Alfonso Arribas
El primer día de cada Titirimundi se parece a la mañana de Reyes; el escenario plagado de regalos acumulados esperando ser abiertos. Debajo de cada envoltorio, a veces lo que esperábamos con ilusión, otras una sorpresa, en ocasiones una leve decepción.
Eh man hé!, de Zero en conducta, ha sido el primer gran presente de esta trigesimotercera edición del Festival, un obsequio muy generoso en cuanto al trabajo creativo, que parece ha sido largo, minucioso, tan preciso como el ingenio de un reloj. Eso es lo primero que vemos bajo el envoltorio, el resultado de un proceso de autoría coral y el encaje armónico de las distintas disciplinas con las que se ha tejido.
La esencia apunta a una alegoría, una sucesión de metáforas que reflexionan sobre lo que nos hace movernos, respirar, vivir. La materia inerte adquiere conciencia de su condición y se rebela, busca respuestas y encuentra cada vez más preguntas. Investiga semejanzas y anhela diferencias. Se desliza, bucea, vuela, salta, se encoge. Respira pausado, se entrega a una suerte de estertor.
Nolan, el títere protagonista, experimenta a veces con ingenuidad y otras con desesperanza la ductilidad de su naturaleza. Los actores son manipuladores y bailarines, acompañan y enseñan, en ocasiones se mimetizan, y por momentos la frontera entre el humano y la marioneta se difumina y confunde.
Visualmente es un espectáculo muy atractivo, sobre todo cuando irrumpe la danza. En cuanto al ritmo narrativo, se perciben ciertas irregularidades de tono, de tensión emocional, y eso provoca alguna desconexión temporal por parte del espectador. En todo caso, Eh man hé! Es un montaje que se disfruta, que invita a compartir esa visión contemporánea del títere arraigada en su infinita capacidad expresiva, planteando frontal o lateralmente los límites entre lo animado y lo inanimado, buscando el lugar, o el tiempo, donde reside el alma.