Cartel de 1985
Titirimundi nació en una soleada primavera de 1985, en una ciudad castellana donde la desertización cultural era un reflejo del panorama de escasez cultural que había en España. Y vio la luz con espíritu libre, como el del titiritero más genuino y soñador que sabe que maneja una herramienta dramática con poderes de sugestión próximos a la magia y la ilusión. A Segovia había llegado hacía unos años Julio Michel, un titiritero hijo de mayo del 68 que rechazaba toda fórmula oficial y encorsetada, con cuya compañía, Libélula –formada junto a otra heredera del romanticismo más revolucionario, Lola Atance–, actuaba en distintas ciudades. Decidió entonces que quería aportar su granito de arena para revitalizar la vida artística segoviana y desde La Promotora, una asociación de artistas plásticos, se encargó de gestionar la llegada de compañías de teatro a la ciudad. Un año más tarde, y al lado de Juan Peñalosa, Isabel Urzurrun e Isabel González, nacía en Segovia Titirimundi, un festival que apostaba por la libertad, la fantasía, la creatividad, la pureza de la alegría, la capacidad para la crítica y la ironía. Un festival internacional que pretendía difundir el teatro de títeres, invitando a la ciudad a un gran descubrimiento.
En aquel primer año participaron 15 compañías, los espectadores salieron asombrados y los espectáculos comenzaron a llenarse. Fue un paso firme para abrir los ojos a la gente que pensaba que los títeres eran otra cosa y darse cuenta de que estaban creados a partir de material frágil y sensible a través del cual viajar al mundo de las emociones. Ese primer festival tuvo carácter regional, y fue posible gracias al apoyo del entonces Director General de Promoción Cultural de la Junta, Santiago Trancón, que creyó en el proyecto y lo apoyó con la dotación económica que un festival de estas características necesita para poder ofrecer las mejores compañías del mundo y conducirlas hasta Segovia desde los 5 continentes.
Al año siguiente hubo un cambio político y un mes antes del comienzo de Titirimundi se retiraba la subvención. Julio Michel decidió que el Festival debía salir adelante, y solicitó ayuda a toda la ciudad para que los segovianos acogieran en sus casas a los artistas, que renunciaron a sus cachés, cobrando únicamente los beneficios de taquilla. El festival floreció aquella primavera, y, como la anterior, dio sus frutos gracias a la generosidad. Como decía Jacques Félix, director del Festival de Charleville hasta su muerte en 2006, “con la amistad y la voluntad las utopías más grandes se convierten en realidad”. A pesar del éxito, en la temporada siguiente no hubo Titirimundi. En 1990 el Ayuntamiento de Segovia le pidió que organizase el festival. Así lo hizo, y así ha sido hasta la actualidad, contando siempre con su ayuda y la de algunas instituciones. Esa misma ciudad que había dormido en parte durante años, se despertó definitivamente para abrirse y descubrir un tesoro escondido.