
Por Alfonso Arribas
Nos lo cuentan muchas veces, eso de que la vida nunca es un camino recto que desemboca en el lugar que soñamos. Ni una suave rampa mecánica que nos transporta sin incidentes hasta un final natural, coherente y definido. Qué va. La existencia, o las existencias en plural, se asemejan más bien a atracciones de feria donde tan pronto el suelo se tambalea como se achican las paredes, y hay que salir corriendo para no perecer aplastados. Recovecos, pasos estrechos que solo se pueden atravesar reptando, zonas de luz y penumbras inquietantes. Subidas, bajadas, lamentos y fuegos de artificio. Dramas y celebraciones, a veces tragicomedias, como si colgáramos de un titiritero torpe o juguetón moviendo los hilos.
Ese destino cambiante e irregular, sinuoso y abrupto, es el personaje de fondo que protagoniza Ressacs, el montaje que Gare Central (Francia) ha llevado hasta la sala Julio Michel. La fragilidad de la vida, caminos de ida y vuelta de la soberbia a la desesperanza, del poder a la subsistencia, de la miseria a la ambición. Por todas esas sendas transita la pareja que presenta la compañía, pequeños títeres que tienen reflejo en los actores, a los que prestan sus vivencias para adquirir corporeidad.
Días de dolor y días de gloria, que diría Almodóvar, y cómo esos vaivenes definen la actitud de los seres humanos ante las circunstancias. Como hay capas, otro personaje de fondo es la propia dinámica del mundo, de la política que lo rige de forma cada vez más global e insoportable. La salud de una pareja en paralelo a la salud del planeta, unidas ambas por un cable invisible.
El relato, que se despliega como una sucesión de escenas, se rinde al humor, la música y efectos especiales comedidos para permitirnos asomarnos a ese juego de declive y triunfo que deja mucho que pensar a quien quiera hacerlo. Un espectáculo muy de Titirimundi, muy de la sala Julio Michel, concebido y presentado con inteligencia.