Por Alexis Fernández
Creo que cada vez que abra un grifo lo veré de otra manera, me lo pensaré dos veces antes de girarlo ingenuamente, esperando que en cualquier momento tome vida y empiece a hablarme con voz de Cleante, Mari(a)na, Harpagón, Elisa, Valerio, Flecha… Es lo que tiene el teatro de objetos, que en cualquier cosa se puede descubrir una “máscara” y “una suerte de personalidad”.
En el año 2000, a partir de una idea original de Jordi Bertrán y producción de su compañía, Miquel Gallardo, Olivier Benoit, Eva Hibernia y el mismo Bertran crearon El avaro, una hilarante y original versión de la obra de Molière en la que se sustituía el oro, como la riqueza que el protagonista ansiaba y acumulaba con esmero, por el agua, un bien valioso y codiciado por cualquier tipo de vida, animal o vegetal. El espectáculo, desde entonces, recorrió más de 25 países de la mano de la Cia. Jordi Bertrán y más tarde, desde 2002, de Tábola Rassa, con un vasto listado de premios recogidos en todo el mundo y 400 representaciones.

Los grifos se convierten en los personajes de El avaro de Molière en esta atípica, inteligente y divertida versión de Pelmànec. Foto de archivo
Casi quince años después de su estreno, el espectáculo vuelve a presentarse por la Compañía Pelmànec, con dirección de Miquel Gallardo -que estrenó en 2009 en Titirimundi la obra que le devolvió al teatro tras largos años de ausencia, Don Juan o memoria amarga de mí, y en 2012 Diagnóstico: Hamlet– y en colaboración con Tàbola Rassa. Llena de audaces alegorías, El avaro de Pelmànec es una comedia que revela, a través de un juego de palabras brillante, un problema grave. Los años han pasado, sí, pero la situación social y económica, la paulatina desertización del planeta y la escasez de agua potable, han puesto aún más de actualidad esta obra que se ha convertido en un clásico imprescindible e inolvidable dentro del mundo del teatro de títeres y objetos.
Y es que “el teatro de objetos supone una mirada diferente sobre el mundo que nos rodea, una invitación a percibir en cada objeto las huellas de la humanidad que lo ha engendrado. Es esta dimensión humana de los objetos lo que el espectáculo trata de revelarnos”, como bien afirman los responsables de esta producción tan extraordinaria como hilarante y reveladora. Los personajes son grifos, tubos, botellas y, el texto, una actualización tan divertida, pujante y ácida como llena de inteligencia, creatividad y brillante dramaturgia que desde el primer minuto atrapa al espectador hasta hacerle desternillarse. Perdón, des(a)tornillarse, porque estos grifos vestidos con simples telas son capaces de mirarnos a los ojos y de hablarnos sin tapujos, de oxidarse de amor, de deshidratar a más de uno o llamarle tonto del tubo y de, sin nadar en la abundancia, idear un plan hidrológico donde hasta Anselmo aparece en escena como un deus ex machina.
Dos actores manipulan estos objetos a la vista del público y dan vida a doce personajes, en una atípica versión de este clásico, al que no le falta de nada y donde la avaricia, esa pasión desenfrenada por poseer lleva al que la padece a la autodestrucción.
Solo dos actores, grandes actores y manipuladores de objetos a la vista del público, dan vida a doce personajes, ofreciendo una atípica versión de este clásico lleno de inteligentes y divertidísimos juegos de palabras. Pero además, este Avaro es todo un homenaje al teatro, al encuentro del actor con el público, al que convierte en cómplice nada más empezar. El personaje se rebela contra el manipulador, su sombra, él mismo, en un desdoblamiento sincero que evidencia la materia de la que estamos hechos, frágil, tan frágil como los sueños. Pero también tan repleta de ironía como para reírnos de nosotros mismos.
Una obra donde actores y espectadores se lo pasan tan bien juntos que podrían volver a salir y a entrar nuevamente al teatro después de la gran ovación y de casi todo el aforo en pie. Una obra excelente, necesaria, llena de tanto amor al teatro que emociona. Repito sin falta.